La historia, al menos desde la invención de la escritura, consiste en esto: sucesión de las relaciones productivas según desarrollo de los medios de producción impulsado por la lucha de clases por el desarrollo/lastre que supongan al desarrollo de estos. Cuando unas nuevas relaciones de producción se imponen frente a otras viejas, imposición generalmente violenta, la sociedad arrastra los esquemas mentales derivados de la organización social anterior, por tanto, los urdidores (y beneficiarios) de la nueva organización social deben hacer lo que esté en su mano para naturalizar, reordenar y rementalizar a la sociedad. No hace falta decir que recurrirán a medidas muy centralistas de poder, autocráticas y autoritarias; para ello, se harán con el control del Estado y su función, fundamentalmente, represiva. Estos cambios se denominan cambios de tipo de Estado (esclavista, medieval, capitalista, etc.).
Con el tiempo perfeccionarán, al igual que se perfecciona cualquier proceso productivo, su hegemonía de manera que el gobernado aceptará vehementemente o, al menos, con pasiva aprobación el orden nuevo. Naturalizarán esta nueva manera de vivir y de pensar y, finalmente, podrán establecer una descentralización del poder, establecerán un Estado configurado en “democracia”. Estos cambios se denominan cambios de forma de Estado.
Esta no será una concesión benévola, los maniobradores del nuevo orden no solo han esperado a asegurarse de que la población, espontáneamente, les elija a ellos para dejarles elegir, no; ésta “democratización” trae consigo un mayor anclaje, es una evolución lógica e inevitable derivado de la mejora constante del amarre superestructural. Y es que una de sus ventajas es que crea la potente ilusión de tener la mano sobre el timón.
Por tanto y según esto, la “democracia” se instaura en regimenes cómodamente establecidos y asentados; es decir, ni en sus primeros pasos donde, en España, si hablamos del capitalismo, se instauró una monarquía liberal, ni en sus épocas de crisis donde se dio el fascismo nacional-católico franquista cuando se temía por el germen del proceso revolucionario que se estaba gestando en la segunda república. Si estamos de acuerdo con esto, llegamos a la inevitable conclusión que la “democracia” actual en el Estado Español no es más que un circo.
Perdón por la parrafada pero últimamente andamos escasos de conocimiento político…
Y ya no hablemos de conocimiento ideológico… Rajoy pide el voto independientemente de la ideología, no me extraña, ya no hay debate para ella, ésta se ha enquistado y ya no está presente en la mente colectiva. Los posmodernistas han anunciado su muerte, el fin de la ideología, el fin de la historia; pero, ¿no creen que estos enunciados son descaradamente ideológicos? Claro es que, para un liberal en periodo triunfante, sus ideas son objetivas, tecnocráticas, humildes, empíricas, fértiles, lo demás es falsa y esteril ideología.
¿Adivinan por qué?
En ese sentido, Gabimen tiene parte de razón con su texto de moralismo y demás poyadas… A, por cierto, querido, Stuart Mill es un descarado ideólogo liberal, que vino de perlas para establecer la democracia liberal, de enunciados bochornosos.
Isaiah Berlin dice lloriqueando en el prólogo del libro sobre la libertad sobre la teoría de Mill:
“Lo que sí vio fue el espectáculo de algunos hombres, a todas luces civilizados, que eran reprimidos o se hallaban discriminados, o eran perseguidos por prejuicios, estupidez y <<
¡¡FREEDOM FOR BOURGEOIS!!
PP y PSOE, ese bipartidismo, ese falso péndulo que funciona la mar de bien, esos debates aireados, esa, aparentemente, gran diferencia de concepciones…
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